jueves, 29 de octubre de 2015

Francisco de Goya

Francisco de Goya nació en el año 1746, en Fuendetodos, localidad de la provincia española de Zaragoza, hijo de un dorador de origen vasco, José, y de una labriega hidalga llamada Gracia Lucientes. Avecinada la familia en la capital zaragozana, entró el joven Francisco a aprender el oficio de pintor en el taller del rutinario José Luzán, donde estuvo cuatro años copiando estampas hasta que se decidió a establecerse por su cuenta y, según escribió más tarde él mismo, "pintar de mi invención".
A medida que fueron transcurriendo los años de su longeva vida, este "pintar de mi invención" se hizo más verdadero y más acentuado, pues sin desatender los bien remunerados encargos que le permitieron una existencia desahogada, Goya dibujó e hizo imprimir series de imágenes insólitas y caprichosas, cuyo sentido último, a menudo ambiguo, corresponde a una fantasía personalísima y a un compromiso ideológico, afín a los principios de la Ilustración, que fueron motores de una incansable sátira de las costumbres de su tiempo.
Pero todavía antes de su viaje a Italia en 1771 su arte es balbuciente y tan poco académico que no obtiene ningún respaldo ni éxito alguno; incluso fracasó estrepitosamente en los dos concursos convocados por la Academia de San Fernando en 1763 y 1769. Las composiciones de sus pinturas se inspiraban, a través de los grabados que tenía a su alcance, en viejos maestros como Vouet, Maratta o Correggio, pero a su vuelta de Roma, escala obligada para el aprendizaje de todo artista, sufrirá una interesantísima evolución ya presente en el fresco del Pilar de Zaragoza titulado La gloria del nombre de Dios.

Todavía en esta primera etapa, Goya se ocupa más de las francachelas nocturnas en las tascas madrileñas y de las majas resabidas y descaradas que de cuidar de su reputación profesional y apenas pinta algunos encargos que le vienen de sus amigos los Bayeu, tres hermanos pintores, Ramón, Manuel y Francisco, este último su inseparable compañero y protector, doce años mayor que él. También hermana de éstos era Josefa, con la que contrajo matrimonio en Madrid en junio de 1773, año decisivo en la vida del pintor porque en él se inaugura un nuevo período de mayor solidez y originalidad.
Por esas mismas fechas pinta el primer autorretrato que le conocemos, y no faltan historiadores del arte que supongan que lo realizó con ocasión de sus bodas. En él aparece como lo que siempre fue: un hombre tozudo, desafiante y sensual. El cuidadoso peinado de las largas guedejas negras indica coquetería; la frente despejada, su clara inteligencia; sus ojos oscuros y profundos, una determinación y una valentía inauditas; los labios gordezuelos, una afición sin hipocresía por los placeres voluptuosos; y todo ello enmarcado en un rostro redondo, grande, de abultada nariz y visible papada.

Pintor de la corte
Al año siguiente solicita sin éxito el puesto de primer pintor de cámara, cargo que finalmente es concedido a un artista diez años mayor que él, Mariano Salvador Maella. En 1780, cuando Josefa concibe un nuevo hijo de Goya, Francisco de Paula Antonio Benito, ingresa en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando con el cuadro Cristo en la cruz, que en la actualidad guarda el Museo del Prado de Madrid, y conoce al mayor valedor de la España ilustrada de entonces, Gaspar Melchor de Jovellanos, con quien lo unirá una estrecha amistad hasta la muerte de este último en 1811. El 2 de diciembre de 1784 nace el único de sus hijos que sobrevivirá, Francisco Javier, y el 18 de marzo del año siguiente es nombrado subdirector de Pintura de la Academia de San Fernando. Por fin, el 25 de junio de 1786, Goya y Ramón Bayeu obtienen el título de pintores del rey con un interesante sueldo de 15.000 reales al mes.
El quitasol
A sus cuarenta años, el que ahora es conocido en todo Madrid como Don Paco se ha convertido en un consumado retratista, y se han abierto para él todas las puertas de los palacios y algunas, más secretas, de las alcobas de sus ricas moradoras, como la duquesa Cayetana, la de Alba, por la que experimenta una fogosa devoción. Impenitente aficionado a los toros, se siente halagado cuando los más descollantes matadores, Pedro Romero, Pepe-Hillo y otros, le brindan sus faenas, y aún más feliz cuando el 25 de abril de 1789 se ve favorecido con el nombramiento de pintor de cámara de los nuevos reyes Carlos IV y doña María Luisa. 

Sus Obras
Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828) no sólo ha sido considerado el más notable pintor de su época y el artista que mejor supo explorar todas las posibilidades abiertas por la evolución estilística del siglo, sino que, sobre todo, es quizás el creador que con mayor precisión dio testimonio, a través de sus pinceles, de los sentimientos que van desde el espíritu optimista del reformismo ilustrado hasta el desengaño generado por el fracaso de las esperanzas puestas en el progreso pacífico de la humanidad, que debía materializarse gracias al imperio de la razón y la filantropía.
Sus primeros trabajos importantes son los que llevó a cabo a partir de 1775 para la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara en Madrid, que le contrató para dibujar los cartones que habían de servir de modelos a los artesanos de esta manufactura. En estos cartones, Goya reveló sus dotes para desarrollar una pintura costumbrista y popular llena de gracia y frescura, muy dentro de una estética próxima al rococó en la que se vehicula la vida apacible y esperanzada de un momento marcado por los benéficos efectos de la buena coyuntura económica y por la ilusión que despiertan los avances del movimiento reformista. Entre las mejores composiciones de esta serie hay escenas tan logradas como El quitasol, El cacharrero, La gallina ciega, La cometa, El columpio o El pelele, reflejo de un mundo donde predomina el juego y la vida alegre y desenvuelta.
Confirmada su maestría, Goya mantuvo su paleta amable y sus colores claros dentro del gusto rococó, convirtiéndose en el retratista preferido de aristócratas, políticos e intelectuales. De este modo, su fama, que se acrecentará con la realización de las alegres escenas de romería que decoran la madrileña ermita de San Antonio de la Florida, le procuró su nombramiento como primer pintor de cámara (1799) y la posibilidad de llevar a cabo una obra maestra del retrato áulico como La familia de Carlos IV (1800), perfecta conjunción de penetración psicológica y sutil ironía.
Sin embargo, precisamente en estos años de triunfo, Goya había empezado a cultivar una faceta más íntima y personal de su arte que denotaba una lúcida percepción del desequilibrio latente en una sociedad amenazada, tal como se transparenta en sus fantásticos Caprichos, primera serie de grabados (84 aguafuertes, realizados entre 1792 y 1799), donde despliega una solapada crítica de la España tradicional.
Detalle de La familia de Carlos IV
Del mismo modo, muy pronto su estilo alegre de la primera época se entenebrece como resultado tanto de sus circunstancias personales (en particular, su progresiva sordera) como de la marcha negativa de los acontecimientos, pues el estallido de la Revolución Francesa ha puesto en guardia a las clases dominantes españolas y ha frenado el proyecto reformista de la monarquía, arrinconando el alma abierta y dinámica de la Ilustración.
Así, la crisis que estalló en 1808 no le cogió desprevenido, sino dispuesto a ofrecer un testimonio excepcional de ese momento histórico en dos grandes telas que pintará en 1814: El dos de mayo de 1808 o la carga de los mamelucos y Los fusilamientos del tres de mayo. Tras esta primera conmoción, y a raíz de su nombramiento como pintor de cámara de José Bonaparte, deberá contemporizar con los invasores e incluso realizar algunos retratos de sus generales. Su mundo interior se expresará más libremente en una serie de grabados sobre los Desastres de la guerra (o Fatales consecuencias de la sangrienta guerra en España contra Bonaparte, realizada entre 1810 y 1814, aunque permanecería inédita), que refleja las penalidades de la España dividida.
La restauración fernandina le renovó el nombramiento oficial, pero su espíritu navegaba por aguas más atormentadas, que se manifiestan en las nuevas series de grabados de la Tauromaquia (1815-1816), donde además de la alusión al tremendismo de la cultura española aparece el enfrentamiento entre el espíritu normativo de la Ilustración y la ferocidad de la fiesta. En la tal vez posterior colección de los Disparates culminará la plasmación de la vertiente pesimista, grotesca y visionaria de su última época, de la cual son paradigma las "pinturas negras" de la Quinta del Sordo, inquietante y perturbador desfile de horribles viejos, brujas y aquelarres: Saturno devorando a un hijo, Dos viejos comiendo, Visión fantástica (Asmodea), Riña a garrotazos, El aquelarre o el Gran Cabrón.

La lechera de Burdeos, una de sus últimas obras

La segunda restauración y la persecución de los liberales le empujaron a un voluntario exilio en Francia, donde moriría no sin antes esbozar pictóricamente una sonrisa, un postrero tributo irónico a la creencia en un futuro feliz para el hombre, en una obra de género como La lechera de Burdeos (1828), donde parece volver la vista a un tiempo y un arte ya periclitados. Testigo de una época turbulenta, Goya fue muy sensible a las ilusiones de un siglo que había confiado en el progreso de la humanidad, y a las tormentas espirituales que se abatieron sobre los años finales del Antiguo Régimen y presidieron el nacimiento de una nueva edad de la historia de la humanidad.



CUADROS

Doña Isabel Cobos de Porcel
La obra de Goya es notable no sólo porque aparece como un documento vivo de los acontecimientos y las ideas de su época, sino también porque permite detectar preocupaciones que han perdurado hasta nuestros días. Además de pintor extraordinario, fue también un creador capaz de intuir nuevas vías que después fueron exploradas a conciencia por artistas posteriores.
Originalísimo y audazmente independiente, Goya fue un pintor a la moda rococó cuando la moda rococó se había extinguido en Europa. Fue un pintor ilustrado, pero refractario al neoclasicismo. Fue un pintor de vigorosa personalidad, pero en un tiempo en el que la pintura española carecía de personalidad. Fue un pintor decorativista en sus orígenes, academicista cuando a ello le animaron sus ambiciones cortesanas, y expresionista con un siglo de antelación, en obras como Dos viejos comiendo. Ha sido también considerado por algunos críticos como precedente del impresionismo, por obras como La lechera de Burdeos , o del simbolismo, por El coloso o El pánico, pero, en cualquier caso, es decididamente inclasificable por el conjunto insólito de sus grabados  y por los extraños dibujos que proliferan en sus álbumes. La siguiente exposición comentada permite seguir la evolución, en orden cronológico, de esa riquísima y variada trayectoria.
La maja y los embozados
Retrato de María Teresa de Borbón y Vallabriga

Dentro del panorama artístico de su época, Goya supo reflejar los agudos contrastes y las contradicciones de su mundo y de su tiempo. Comenzando por los reyes y siguiendo por los nobles y altos personajes de la corte y del gobierno, toda la España oficial fue retratada por sus penetrantes pinceles, pero su arte no se quedó sólo en el testimonio de las esferas elevadas; supo recoger también las escenas y figuras de la vida popular y profundizar hasta el submundo de las fuerzas ocultas y terribles, de la violencia y de la oscuridad, que parecían esperar su oportunidad. El refinamiento y la elegancia del arte del reinado de Carlos IV no podían ocultar por más tiempo el sustrato de miseria y de violencia sobre el que se sustentaba la sociedad privilegiada; nadie como Goya testificó la muerte del Antiguo Régimen y el doloroso parto de una nueva era.

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