La Independencia de Bélgica
Las repercusiones de la revolución de París de julio de 1830 se notaron con mayor fuerza en los Países Bajos, donde se produjo un profundo cambio. El reino de los Países Bajos se creó durante el Congreso de Viena para evitar cualquier posible expansión por parte de Francia hacia el norte. Lo formaron entre Holanda y Bélgica, y le dieron el reinado al príncipe de Orange.
Las diferencias entre ambas naciones eran profundas.
Mientras los holandeses eran calvinistas, vivían de la agricultura y el
comercio, los belgas eran católicos e industrializados. También hay que
destacar las enormes diferencias en cuanto a lenguas habladas en el reino,
donde el neerlandés se enfrentaba al flamenco y al francés. Tanto unos
como otros querían que la capital estuviese en su territorio, por lo que
se optó por repartir los organismos oficiales entre distintas
poblaciones, lo que convertía el centro del reino en itinerante.
En 1828, los liberales belgas y los católicos se unieron en un movimiento exclusivamente nacionalista que buscaba la independencia. Pero no fue hasta el estallido de las revueltas en París
cuando se encendieron los ánimos en los Países Bajos. Los belgas
salieron a la calle a manifestarse pidiendo la separación pero la
reacción monárquica fue brutal: el ejército, encabezado por el príncipe
Federico, atacó Bruselas.
No obstante, los sublevados consiguieron
resistir y nombrar un gobierno provisional en dicha ciudad, así como
una Asamblea Constituyente que proclamó la independencia del nuevo
estado. Gracias a la internacionalización de la situación, los belgas
consiguieron el apoyo necesario por parte de Francia y de Gran Bretaña,
quienes en noviembre de 1830 les reconocieron como país independiente.
La Asamblea dotó a Bélgica de una constitución en febrero de 1831.
En ella, se establecía como forma de gobierno la monarquía
constitucional. Pero esto hizo que ahora los belgas se tuvieran que
enfrentar a un nuevo problema: encontrar rey.
Habiendo descartado por completo a la familia de Orange,
se barajaron varios nombres que pudieran encargarse del trono. La lista
se redujo a dos: el duque de Leuchtenberg, hijo de Eugenio de
Beauharnais, y el duque de Nemours, hijo de Luis Felipe de Orleáns.
Este último era el preferido, pero se negó a aceptar el puesto para
evitar futuras acciones por parte de Gran Bretaña. Por eso, contando con
el beneplácito británico, el nombramiento fue para Leopoldo de Sajonia-Coburgo,
viudo de la princesa Carlota de Inglaterra. El plan consistía en que
Leopoldo contrajese matrimonio con la hija de Luis Felipe, quedando así
todos contentos.
Por tanto, el Congreso de Bruselas eligió el 4 de junio de 1831 a Leopoldo de Sajonia-Coburgo como rey de la nueva nación. Las potencias acordaron que Bélgica debería permanecer siempre neutral y Gran Bretaña garantizó la seguridad del nuevo país.
La Constitución que tenían como base de su monarquía parlamentaria
es considerada hoy en día como la expresión más acabada del
liberalismo. Contaba con el reconocimiento de la soberanía del pueblo,
la existencia de dos cámaras elegidas, la separación entre el claro y el
Estado, un sistema judicial independiente y la declaración de derechos
del hombre. Fue un claro triunfo de los postulados liberales y
nacionalistas frente a la artificialidad impuesta por el Congreso de Viena a principios de siglo.
La Independencia de Grecia
La revolución de Grecia de 1821 surgió en el clima de las Revoluciones de 1820 pero tuvo un cariz muy distinto al de resto de países. Las diferencias entre la nación griega y el Imperio Otomano
eran más que evidentes, por lo que los griegos, encabezados por
Alejandro Ypsilantis y Dimitros Ypsilantis, proclamaron la independencia
de Grecia en 1822 en el teatro de Epidauro (Grecia).
A partir de aquí se produciría una reacción en cadena. Por un lado, el Sultán del Imperio Otomano
se alió con Egipto para paliar la rebelión griega. Esto hizo que Reino
Unido, Francia y Rusia apoyasen militarmente a Grecia. Sin embargo, el
apoyo no fue suficiente, ya que estaban luchando prácticamente solos. El
motivo es que, aunque cuando estalló la revolución, Europa entera se conmocionó con las atrocidades realizadas por el Imperio Otomano,
los gobiernos de Francia y del Reino Unido desconfiaban de las
intenciones de Rusia y de la veracidad del conflicto. En resumen, las
primeras contiendas fueron matanzas otomanas que encontraron poca
resistencia por parte de los griegos.
El problema se agravó cuando la escisión
existente dentro de los dirigentes griegos, quienes no eran capaces de
formar un gobierno estable, se juntó con la intromisión egipcia a favor de los turcos. Parecía que todo estaba perdido, pero en 1827, contra todo pronóstico, los helenos consiguieron aprobar una Constitución republicana en la Asamblea Nacional.
Ese mismo año, las potencias europeas
acordaron intervenir en la zona de los Balcanes y eliminaron a la flota
turca el 20 de octubre de 1827. Aprovechando esta coyuntura, el
ejército francés se desplazó hasta Grecia para apoyar militarmente a los
rebeldes griegos. Mientras tanto, los rusos ejercían una importante
presión económica y militar que ahogaba a los turcos.
La situación era imposible de mantener, por lo que el Imperio Otomano pidió un tratado de paz. Este se consumó con la firma del Tratado de Adrianópolis en 1829,
que finiquitaba las guerras ruso-turcas y las posibles aspiraciones
rusas en el sureste de Europa. Además, el Imperio Otomano aceptó
conceder la independencia a Grecia y permitir el libre tránsito por los
estrechos del Bósforo y Dardanelos.
Pero en 1830, las aspiraciones republicanas griegas se frenaron en seco. Francia, Rusia y el Reino Unido suscribieron el Protocolo de Londres,
por el cual la Constitución griega se anulaba y la independencia de
Grecia dependía de su protección. Además, el territorio que los griegos
consiguieron fue bastante inferior de lo que aspiraban a lograr.
En definitiva, la independencia de Grecia fue un éxito relativo.
Aunque consiguieron deshacerse del yugo otomano, no fueron capaces de
disponer de un gobierno liberal, tal y como querían. La intromisión de
las potencias europeas les forzó a adoptar un sistema monárquico que
duraría varias décadas. En comparación con las demás Revoluciones de
1820, la de Grecia fue la más exitosa, ya que al menos lograron mantener su independencia frente al gran Imperio Otomano.
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